El día que Griseida supo que podía detener el maltrato que había vivido, no solo empezó a amarse más, sino que quiso que ese sentimiento de amor y libertad, también lo experimentaran otras mujeres
Griseida nació en Venezuela. Es una mujer migrante, madre, y como ella lo dice con voz dulce pero firme, también es una lideresa, le gusta que le digan la flaca porque así la llamaron sus primeras amigas en Colombia.
La flaca salió de Venezuela, como muchos de sus vecinos, amigas y conocidas, por la crisis económica, “decidí salir de mi país porque no conseguía trabajo, yo antes tenía un sueldo para vivir cómoda con mi familia, pero de repente llegó la angustia de no tener qué hacer, qué comer, entonces, decidí venirme para Colombia”.
Según datos de ACNUR, existen 3,6 millones de personas venezolanas desplazadas en el extranjero, de las cuales, el 48% son mujeres. Según reporte a 30 de julio de Migración Colombia, 1.731.017 están en Colombia y de ellas, 965.844 tienen estatus migratorio irregular.
Griseida es una mujer luchadora y comprometida que no se deja derrumbar por las circunstancias, prueba de ello fue el deseo de contar su historia, la primera conversación duró poco porque el celular de repente se apagaba, sin embargo, esto no fue un impedimento, ella recurrió a sus amigas y vecinas para que la dejaran llamar. Por eso, cuando encontraba algún espacio en su trabajo, cuando no estaba cosiendo, o después de compartir con sus hijos e hijas, llamaba. Y es que para ella ser mamá es una de las cosas más importantes en la vida.
La flaca tuvo el primero de sus hijos cuando era adolescente, ha sufrido mucho para brindarles una vida digna; en su proyecto de vida está no tener más hijos, “por fortuna cuento con un implante subdérmico, al cual tuve acceso gracias a los programas de UNFPA. Ahora sé qué significa planificar y me gusta compartir esta información, ojalá uno hubiera sabido todas estas cosas antes, pero nunca es tarde”.
La protagonista de esta historia ha tenido que tomar dos veces la decisión de migrar, la primera, fue animada por un familiar, “yo no tenía trabajo y me dijo que fuera y que me ayudaba, entonces junté 50 dólares, hablé con mi pareja de ese momento, acordamos que yo iba a trabajar en Colombia unos meses y luego mandaría para que todos migraran, él se quedó con los demás niños y me fui para Arauca, pero busqué y busqué, llamé y llamé y no encontré a nadie, esta persona nunca apareció. Los siguientes días fueron terribles, de mucha incertidumbre”.
La persistencia de Griseida la llevó hasta Cúcuta, no fue nada fácil, tuvo que tocar muchas puertas, pero después de un gran esfuerzo, logró reunir lo necesario para volver a Venezuela, y allí tomó por segunda vez la decisión de migrar. “Cuando llegué a mi país las cosas estaban peores, entonces ahí me tocó decidir que la vida es primero, vendí un solar, y con eso nos vinimos todos a Colombia”.
Volver fue difícil, pero en el camino pedregoso también hay flores, las comunidades de acogida desempeñan un papel fundamental en los procesos de inclusión, y la flaca encontró en su camino varias colombianas que la ayudaron, una de ellas es Carmen, “ella es una lideresa que conocía toda mi situación y un día me dijo que si quería ir a una charla de violencia basada en género y de derechos sexuales y reproductivos, ahí conocí a UNFPA, y en esa primera charla nos enseñaron nuestros derechos como mujeres, las rutas, también que hay leyes y eso fue sorprendente porque yo tenía entendido que por ser venezolana yo no tenía derechos aquí en Colombia”.
La experiencia e información que reciben las mujeres en los procesos de fortalecimiento comunitario promovidos por UNFPA, puede, entre otras, contribuir a detener la violencia contra las mujeres y salvar vidas, así lo fue para Griseida, quien después de conocer sus derechos, de saber y sentir que no estaba sola, decidió que quería una vida libre de violencia.
Según el Sistema Integrado de Información Sobre Violencias de Género SIVIGE, durante el 2019, el número de víctimas de violencia intrafamiliar fue de 90.698, de ellas, el 78,65% fueron mujeres.
Griseida aprendió a amarse y a sentir la libertad, así que quiso compartir su historia, “yo era de las que decía, lo mío es mío y yo le cuento solo a la almohada [...] pero cuando alguna se atreve a contar su historia le da la fuerza a la otra persona a contar la suya porque hay apoyo entre todas. Y mientras haya oportunidad de ayudarnos entre unas otras, en la unión está la fuerza”.
En medio de la conversación, suspira y dice que le parece increíble todo lo que ha vivido, pero que se siente más feliz que nunca, “siento una alegría, una tranquilidad, me siento feliz conmigo misma al sentir que ayudo a las mujeres que están pasando por casos difíciles ... mientras esté de mi parte ahí estaré, si me toca ir al fin del mundo a salvar a una mujer que sea maltratada, ahí llegaré”.
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Fondo de Población de las Naciones Unidas -UNFPA- Colombia