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En Tadó Chocó, es el primer representante legal de la organización Asorediparchocó.

Por: Julián Arias

Para Américo sus dos profesiones son minero y partero, tienen más relación de lo que la gente cree. - Sin la minería tradicional no podría partear, la minería me da el sustento, la partería es un trabajo para mi comunidad-.Asegura que el trabajo en el río les sirve a las mujeres barequeras como ejercicio prenatal. También están las madres cabeza de hogar que trabajan hasta el último día del embarazo, y apenas cumplen la dieta agarran la batea y se lanzan al río a buscar una pizca de oro para alimentar al hijo.

Américo conoció la minería al mismo tiempo que la partería; mientras su padre, batea en mano, madrugaba a zambullirse en el San Juan, su madre aconsejaba a las embarazadas de la vereda. En aquella época las opciones para un niño de diez años eran limitadas: acompañar al padre en las tareas de minería y sentarse en una piedra al borde del río, recorrer el monte con la madre para recoger plantas y preparar los bebedizos que luego llevaba a las parturientas. A los trece años Américo ya podía cargar su propia batea e identificar las plantas para los remedios. En esa etapa se inclinó por la minería, y decidió apartarse de las caminatas diarias con su madre y las charlas sobre el embarazo.

Dieciséis años después, Américo retoma el saber materno y empieza a formarse en medicina tradicional, logrando una formación como promotor de salud para su comunidad. Así conoció a José Brandino Mosquera, médico yerbatero y partero tradicional.—Yo me di cuenta de que en mi comunidad solo había un partero y no había médicos. Si a una mujer le agarraban los dolores por la noche no había quién la atendiera ni tiempo para trasladarla hasta el hospital. Cuando vi esta necesidad me metí en el cuento de aprender a partear, me fui para la casa de mi compadre Brandino y le dije que me enseñara-. El día que Américo terminó el curso de promotor de salud, sin quererlo, se convirtió en el enfermero de Angostura; aprendió a hacer suturas, tomar la presión, formular plantas y bebedizos. Ahora se ríe recordando las filas que se le arman en su casa y las dos semanas que lleva con el tensiómetro dañado. - Tengo a los viejos de la comunidad esperando para tomarles la presión —dice y suelta otra carcajada que lo levanta de la silla—. Caminemos que me voy a entumir.

Caminando por la orilla del río Tanandó, Américo deja de sonreír, observa el cauce y retoma su historia, -Un día cualquiera de marzo de 1993, el viejo José Brandino lo mandó a llamar para que lo asistiera en el nacimiento de su quinto hijo. Américo llegó apresurado y encontró al compadre en el patio recogiendo las plantas para preparar las infusiones. Entraron a la casa, Brandino acostó a su esposa en la cama y después de 45 minutos de masajes, gritos y explicaciones, el alumbramiento fue tranquilo -, recuerda hoy Américo, veinticinco años después.

De los doce partos que ha atendido en toda su vida hay uno que Américo Mosquera menciona con tristeza. Una primeriza, dice: fue el 18 de septiembre de 2004, las contracciones indicaban que era la hora del parto y no había tiempo de coger la trocha hasta el hospital de Tadó. Américo dispuso todo: preparó las yerbas, organizó las sábanas, acostó a la parturienta en la cama y realizó los masajes para ayudar a bajar el bebé. Pasó más de una hora para que el partero lograra sostener al niño entre sus brazos; entonces, advirtió que no respiraba. Rápidamente hizo los ejercicios de reanimación. Nada que hacer. - Ese día sentí mucha tristeza, perder un niño da mucha tristeza porque ellos son el futuro, cada niño que se muere es un vacío en el futuro —dice mientras camina de vuelta al salón donde continúan reunidos parteros y parteras.